Soledad no deseada: un reto colectivo y una respuesta comunitaria desde las personas mayores

 

Por Juan Vela. Presidente de RIAMP. Presidente de la APCB.

Coordinador del Ecosistema Senior de Fundación ONCE y del Observatorio Estatal Soledad SoledadES.

 

Vivimos en un tiempo extraño. Un tiempo en el que las personas pueden tener cientos de “amigos” en redes sociales y, al mismo tiempo, no tener con quién hablar cara a cara.

Un tiempo en el que muchas ciudades son brillantes por fuera, pero silenciosas por dentro. Un tiempo en el que la soledad no deseada ha dejado de ser un mal menor para convertirse en una emergencia social, sanitaria y democrática.

Y es en este contexto donde las personas mayores, muchas veces vistas como receptoras pasivas de cuidados, están tomando la palabra y la acción, asumiendo un rol clave en la prevención y detección del aislamiento social. Desde la comunidad, con las herramientas de la experiencia y el compromiso, están demostrando que hay otra forma de envejecer: activa, solidaria y transformadora.

Y es en este contexto donde las personas mayores, muchas veces vistas como receptoras pasivas de cuidados, están tomando la palabra y la acción, asumiendo un rol clave en la prevención y detección del aislamiento social. Desde la comunidad, con las herramientas de la experiencia y el compromiso, están demostrando que hay otra forma de envejecer: activa, solidaria y transformadora.

La soledad no deseada: cuando el silencio duele

La soledad no deseada no es simplemente estar solo. Es, sobre todo, no querer estarlo y no tener con quién romper ese silencio. Es vivir en la ausencia del otro, en la falta de mirada, de conversación, de contacto. Y no se cura con entretenimiento ni con buena voluntad. Se trata de una experiencia profundamente humana que afecta al bienestar emocional, a la salud física y al sentido mismo de la vida.

En personas mayores, el impacto es especialmente grave. Estudios en toda Iberoamérica y Europa muestran que la soledad prolongada duplica el riesgo de padecer demencia, enfermedades cardiovasculares, depresión y deterioro funcional. Pero más allá de los datos, lo que preocupa es la naturalización del abandono. La creencia, implícita o explícita, de que con los años, el aislamiento es inevitable. Como si fuera parte del precio de envejecer.

Pero no lo es. Y no debería serlo.

Una mirada desde los derechos

La soledad no deseada no es un fallo individual ni una elección personal. Es un fracaso colectivo. Es lo que ocurre cuando el derecho a la participación, al vínculo y a la comunidad se debilita o se rompe. Desde un enfoque de derechos humanos, todas las personas tienen derecho a vivir acompañadas, a sentirse parte, a seguir construyendo sentido con y para los demás.

No basta con garantizar atención sanitaria o una pensión mínima. También debemos garantizar derechos relacionales: el derecho a estar en compañía, a tener espacios donde ser escuchado, a compartir la vida cotidiana con otras personas. La respuesta, por tanto, no puede venir solo desde los servicios sociales. Debe venir también desde la comunidad organizada, desde los propios protagonistas.

Adultos mayores preventores: agentes del vínculo

En este escenario emerge una figura inspiradora y profundamente transformadora: los adultos mayores preventores. Mujeres y hombres mayores que, desde sus barrios, asociaciones o centros comunitarios, asumen el compromiso de prevenir la soledad en su entorno, de identificar señales tempranas de aislamiento, de tender la mano antes de que sea demasiado tarde.

Son personas mayores que han decidido no mirar hacia otro lado. Que no aceptan que sus vecinas desaparezcan tras una persiana cerrada. Que llaman, que acompañan, que convocan. Que hacen del saludo una herramienta de prevención. Del “¿cómo estás?” una intervención temprana. Del “¿vienes al taller?” una puerta abierta al reencuentro con la vida.

Estos adultos mayores no piden permiso ni esperan recursos extraordinarios. Actúan con lo que tienen: tiempo, sensibilidad y la voluntad de no dejar a nadie atrás. Son cuidadores del tejido social, artesanos del vínculo, vigías del alma del barrio.

La comunidad: antídoto frente al aislamiento

La buena noticia es que la soledad no deseada se puede prevenir. Y que la comunidad es el espacio más eficaz para hacerlo. Allí donde hay relaciones de confianza, donde las personas se conocen, donde hay redes de apoyo mutuo, la soledad no tiene tanto poder.

Pero la comunidad no nace sola. Se construye. Se cultiva. Se cuida. Y en esa tarea, las personas mayores tienen un rol insustituible. Porque son memoria viva, porque conocen a los vecinos, porque han vivido los cambios del barrio, porque saben detectar los silencios peligrosos. Pero también porque han aprendido el valor de estar, de acompañar, de sostener.

La comunidad es el lugar donde el envejecimiento cobra sentido. Donde envejecer no es desaparecer, sino formar parte de algo más grande que uno mismo. Donde la vida sigue teniendo valor porque sigue teniendo vínculos.

Una respuesta desde la RIAMP y el movimiento asociativo

La Red Internacional de Adultor Mayores Preventores (RIAMP) puede, y debe, ser un actor clave en esta transformación comunitaria. No solo como defensora de derechos, sino como promotora de formas nuevas de participación y corresponsabilidad. Apostar por los adultos mayores preventores es apostar por un modelo de envejecimiento activo que va más allá del ocio o la actividad física. Es apostar por un liderazgo comunitario centrado en el cuidado del otro.

La RIAMP puede impulsar procesos de formación, acompañamiento, sensibilización y reconocimiento público de estos preventores. Puede crear espacios de intercambio de buenas prácticas, de visibilización de experiencias locales y de incidencia política. Puede, en definitiva, hacer de la prevención comunitaria de la soledad no deseada una bandera común del movimiento de personas mayores en Iberoamérica.

De la preocupación a la acción: un llamado a todos

Combatir la soledad no deseada no es solo tarea de instituciones, ni siquiera solo de organizaciones de personas mayores. Es una tarea de todos y todas. De cada vecino que llama al timbre, de cada profesional que pregunta con atención, de cada colectivo que se organiza, de cada asociación que se implica.

Pero es especialmente una oportunidad para que las personas mayores lideren una revolución silenciosa: la del cuidado mutuo, la del encuentro, la de la humanidad compartida. Porque nadie está más capacitado para prevenir la soledad que quien sabe lo que significa sentirse solo.

Conclusión: nadie se salva solo, nadie envejece solo

La soledad no deseada es una herida que no se ve, pero que deja marcas profundas. Afecta a millones de personas mayores en Iberoamérica. Pero no es inevitable. Podemos prevenirla. Podemos curarla. Podemos transformarla.

Y la mejor medicina no está solo en los sistemas de salud ni en las políticas públicas, aunque también son necesarias. Está en la comunidad que abraza, en la persona que llama, en la red que sostiene. Y, sobre todo, en esos adultos mayores preventores que, sin hacer ruido, están salvando vidas a fuerza de cercanía, constancia y amor social.

Frente a la indiferencia, comunidad. Frente al olvido, vínculo. Frente a la soledad, nosotros.